Consideración de Cataluña

Quince artículos del autor acerca de Cataluña y sus relaciones con el resto de España. Fueron publicados en El Noticiero Universal de Barcelona en 1965 y en forma de libro en 1966. Incluye varios epílogos, el segundo de 1974 con motivo de una nueva edición de la obra.

El autor trata sobre la división de España en regiones -entre ellas Cataluña- las cuales deberían desarrollarse plenamente en el seno del Estado español. Es una idea cercana a las que, en su día, plantearon Cambó y Eugenio D'Ors.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
1974 Aymá
185
978-84-209-2024-X

Publicación original en 1965.

2017 Editorial Acervo
188
978-84-7002-245-66
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En su juventud Julián Marías había conocido la proclamación de la República de Cataluña, en 1931, y la posterior discusión parlamentaria del Estatuto aprobado en 1932. Probablemente, también conocía la frase de Ortega según la cual el problema de Cataluña se puede sobrellevar pero no resolver. Treinta y tres años más tarde, y en pleno franquismo, el autor vuelve a abordar la cuestión del encaje de Cataluña en el Estado español, aunque en el epílogo se disculpa ante el lector porque hay cosas que no ha podido escribir, probablemente por prudencia política (pág.161).

El autor se centra en varias cuestiones como el carácter quejumbroso del catalán, ya que "son muchos los catalanes que miran su historia con ojos y gestos de plañidera, convencidos de que Cataluña es un país oprimido, frustrado, fracasado" (pág.173); en 1966 la reivindicación se centraba en el uso de la lengua catalana: "He insistido a lo largo de muchas páginas -escribe Marías- en la importancia de la lengua y debo decir que en ese particular toda insistencia es poca. Cataluña se siente linguísticamente dolorida" (pág.163).

El autor habla de dos imágenes obsesivas: La oposición a Castilla y una supuesta mentalidad federalista que se hace extensiva al resto de las regiones españolas y a Portugal. Marías califica esta propuesta como desconocedora de la estructura real del cuerpo social español -y no digamos del portugués, que lo verá como una agresión- así como el ser una fórmula prefabricada y abstracta (pág.123). Existen, como mínimo, otros dos argumentos; en primer lugar que el pesimismo de Cataluña procede de la reflexión sobre su historia, en algunas épocas tan destacada; el segundo sobre la importancia que se concede al sentimiento por encima de la razón práctica: "Los catalanes -afirma el autor- no sienten que puedan ser otra cosa que catalanes" (pág.140), pero invoca los quinientos años de historia en común para negar cualquier modificación del estatus actual.

Sobre el carácter quejumbroso de algunos catalanes, Marías habla de una interpretación regional del descontento; señala cómo la vida está llena de limitaciones y sobresaltos para todos y en todas partes, pero los catalanes piensan "que esto les sucede por ser catalanes" (pág.132); es más, si admiten haber recibido algún beneficio del resto de España -yo siempre pienso en los JJ.OO. de Barcelona- "el catalán -sin renunciar a ellas- las da por nulas si no van acompañadas de un reconocimiento de lo catalán" (pág.143), es decir, como si les fueran debidas en vez de concedidas.

Sobre su oposición a Castilla, el autor recuerda que esta región no se ha opuesto a Cataluña; ha sido el Estado moderno, centralista, el que en el siglo XVIII hizo desaparecer la personalidad política de las regiones españolas existente desde la Edad Media (pás.53, 84-85, 110); por lo que se refiere a la grandeza histórica de Cataluña, el autor recomienda vivir en el presente, en la situación actual; también Génova o Venecia fueron repúblicas mediterráneas pujantes y hoy son regiones italianas; la historia no se detiene. Sobre los sentimientos patrióticos y nacionalistas el autor opina que hay que ser pragmáticos y no confundir los hechos con los deseos (págs.113 y 165).

Por lo que se refiere al uso de la lengua catalana, Marías defiende que todas las restricciones operantes en 1965 debían ser suprimidas y pregunta cómo se sentiría un español no catalán si tuviera que usar la lengua castellana limitadamente y de una forma reivindicativa (pág.165). Señala cómo "los procedentes de otras regiones sienten (de nuevo los sentimientos) que tienen derecho a usar la lengua general, ya que están en España", pero advierte que "el que vive en Cataluña puede y debe aprender catalán" (pág.62). Por último, reconoce la excelencia de la literatura en esa lengua.

Julián Marías no ignora los errores cometidos por las autoridades por desconocimiento, incomprensión o simple comodidad; hace grandes alabanzas de Cataluña, de la conciencia de su personalidad y el amor por sus tradiciones y señala la grandeza -que no magnanimidad- de Barcelona, ciudad suprarregional -"puerto franco de innumerables mercancías ideológicas y artísticas" (pág.145)-. La ciudad catalana aprecia su superioridad sobre Madrid, ciudad que considera privilegiada por ser capital del Estado. El autor recomienda el diálogo entre ambas y los territorios que representan (pág.84), y considera que "España siente a Cataluña como irrenunciable" (págs.126 y 175).

Me ha gustado mucho la definición que da el filósofo sobre el nacionalismo, como la "exasperación de la idea nacional convertida en mito"(pág.111); probablemente se extraen más consecuencias de esta frase que del resto del libro. El autor dice abominar de los nacionalismos, que -indica- suelen degenerar en fascismos.

Nos encontramos ante un libro escrito hace más de sesenta años que conserva su validez; desde entonces han sucedido muchas cosas y algunas de ellas las recomendaba el filósofo, entre ellas, la nueva regionalización de España en el Estado autonómico; pero nada de ello ha sido suficiente para satisfacer a Cataluña; probablemente fue esto lo que llevó a Julián Marias a decir que "no hay que tratar de satisfacer a quien no se va a contentar de ningún modo"; una nueva versión de la frase de Ortega citada al principio.