Apología de la vida del autor (Barcelona, 1943 ) y crítica del materialismo contemporáneo, excluyente del humanismo y la espiritualidad. Wiesenthal entiende el derecho a disentir como una forma de vida.
El libro está formado por pequeños ensayos, entre literarios y sapienciales, en los que el autor recuerda distintos momentos de su existencia con la nostalgia del mundo de ayer. Escribe: "Contemplación desencantada del tiempo que me tocó vivir" (pág.9).
Edición | Editorial | Páginas | ISBN | Observaciones |
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2021 | Acantilado |
397 |
978-84-18370-54-0 |
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Suma de ensayos en los que el
Suma de ensayos en los que el autor nos facilita detalles de su vida, los valores que la han inspirado y quiénes han sido sus maestros: "Biznieto de un músico judío -explica-, nieto de un impresor alemán [afincado en España], hijo de un catedrático español, (...) soy un judío sin violín, un alemán exiliado, un humanista europeo y un español que vio ponerse el sol sobre su época" (págs.20 y 21).
Mauricio pasó su infancia y juventud en Cádiz, con su familia. Alaba la educación austera que recibió "tan distinta de la que luego recibieron las generaciones de la abundancia" (pág.28). "Al linaje paterno atribuyo mi gusto por el estudio, mi devoción por la historia y la educación humanísta en la que mi padre se ocupó directamente de formarme" (pág.10), y "del viejo español católico heredé el desinterés por el dinero, el gusto por la aventura y el romance, la fe en mi religión ..." (pág.334). "Yo no quería ser rico -concluye-, deseaba leer, viajar y estudiar" (pág.34).
Después de pasar algunas temporadas con su padre en distintos países europeos, Wiesenthal se estableció en París para cursar estudios en La Sorbona. La desilusión que le produjo la rebelión estudiantil de mayo de 1968 le llevó a abandonar la capital francesa para dedicarse a viajar; recibió clases de canto en Nápoles y siguió a un circo de zíngaros por las tierras del Danubio: "Recorrí a pie, en tren o en bicicleta muchos rincones de Europa" (pág.17), pero "tuve un mecenas trabajador e incansable -escribe- que fui yo mismo. Comencé a trabajar con diez y seis años a la vez que estudiaba y he tenido ánimos para dar clases de mil saberes distintos, incluída la esgrima" (pág.151), pero sobre todo Wiesenthal ha escrito.
El autor reconoce como sus maestros a Nietzsche, que es el autor más citado en el libro, a Goëthe por la poesía y el romanticismo, Albert Camus por su independencia insobornable, y a Montaine, Pascal y Chateaubriand por su defensa de la educación y la vida del espíritu; por el contrario, dice aborrecer a Sartre, al que califica como "obispo de la tristeza", al alemán Fitche debido a su apuesta por el nacionalismo, y a Hegel, Marx y a sus seguidores que "reescriben la historia sin sentido crítico amontonando datos falsos" (pág.52) y han hecho posible que "los nacionalistas, antisistema y cualquiera que pueda fastidiar al prójimo (...) se considere progresista y científico" (págs. 106-107).
Wiesenthal se considera a sí mismo antimoderno, antiburgués y antirracionalista, entendiendo por ello la "exageración de la razón". Se trata de que el sentimiento enriquezca la reflexión y la lógica. ¡Qué terrible es haber creado una cultura que descarta el corazón!" (pág.76). "Las utopías materialistas -afirma- generan legiones de pobres de espíritu, espíritus lastimados sedientos de justicia, de caridad, de belleza y de amor" (pág.73); "la gente solo se manifiesta hoy para pedir cosas, para reclamar derechos y privilegios" (pág.43). Él recuerda su educación en la austeridad, que le llevó a aceptar "una pobreza libre, laboriosa y creadora" (pág.33), "aceptábamos que debíamos soportar carencias antes de conseguir un sueldo y un trabajo para aspirar a un vivir sencillo" (pág.249).
"Me escandaliza un mundo -exclama- que no se fundamenta en el mérito, la excelencia, el esfuerzo y el trabajo" (pág.136), para él el modelo son los "humildes ciudadanos que no alcanzaron más gloria que su entrega de amor a una familia y el compromiso con el oscuro cumplimiento de un deber" (pág.126). Evidentemente está pensando en su padre, ya que él no siguió ese camino, pero se apresura a disculparse responsabilizando de ello a Goëthe: "Fue Goëthe el que me acostumbró a vivir rodeado de vinos, ríos, libros, mujeres y príncipes" (pág.14).
El autor, sin ser excesivamente religioso, es radical al respecto: "Mi tiempo declaró la muerte de Dios y del espíritu, las cuales dejan sin sentido nuestro amor, fe, esperanza y todas las obras generosas y bellas" (pág.79). Afirma escandalizarse por la supresión de la religión en los planes de estudio "si tenemos en cuenta que el pensamiento humanístico es la única disciplina pedagógica que puede darnos un espíritu crítico" (pág.74); pero ¡ay! no toda enseñanza religiosa es liberadora: "Un proceso de decadencia sumió al cristianismo en una pedagogía sermoneadora y tenebrosa" (pág.188); concluye que "a veces, entro en una iglesia a rezar y pienso que allí todavía quedan personas que intentan hablar con sus almas" (pág.337).
En el aspecto político Wiesenthal abomina de los localismos y el mito de la igualdad: "En vez de aprestar las bases de una vida común libre y civilizada, nos entregamos a las contiendas nacionalistas -Wiesenthal reside actualmente en Barcelona-, a la lucha de clases, a los discursos del sereno ateísmo y a las interpretaciones radicales de la historia" (pág.95). "El principio populista de la igualdad -añade- es una negación de la realidad, de la justicia y la ecuanimidad" (pág.80). Concluye afirmando que "han pasado más de dos siglos desde la Revolución francesa y un siglo desde la Revolución soviética sin que se vislumbren ideas nuevas" (pág.81).
Nos encontramos ante un libro denso, rico en ideas y escrito con un excelente estilo literario, que probablemente necesita haber leído previamente muchas otras cosas acerca de la religión, política, etc.