Noviembre 1942

"Este libro trata del mes de noviembre de 1942, periodo que marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. Al comienzo  de dicho mes eran muchos los que creían que los poderes del Eje iban a salir vencedores, al terminar era evidente que su derrota era solo cuestión de tiempo".

"La obra tiene un trenzado de biografías; esta forma resulta experimental en el género historiográfico, pero nace de la idea de que la complejidad de los acontecimientos se refleja con mayor claridad desde la mirada individual"

De la Introducción del autor.

Ediciones

Edición Editorial Páginas ISBN Observaciones
2023 Penguin Random House Grupo Editorial
561
978-84-19399-17-5

Acompaña índices onomástico, bibliográfico, por materias, fotografías y mapas. Edición original de 2022.

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"Un lamento por tantas vidas derrochadas" -escribía Eva Last, un ama de casa escocesa cuyo hijo había sido herido durante la Segunda Guerra Mundial. Es un buen inicio para comentar el libro de Peter Englund.

Señala el autor el carácter experimental de este modo de hacer historia, a base de entrelazar biografías y memorias de los combatientes. "Yo no he añadido nada" -afirma el autor-. El sistema tiene ventajas e inconvenientes; por un lado ofrece una panorámica de la guerra que tuvo lugar en muchos frentes, desde las selvas de Nueva Guinea a las nieves de Rusia y Finlandia; desde los desiertos del norte de África a China y las islas del Pacífico, pero sobre todo proporciona el punto de vista de combatientes y ciudadanos de base que dejaron sus testimonios por escrito. El inconveniente viene dado por la falta de unidad del relato en la medida en que salta de un protagonista a otro, y, sobre todo, por su final abrupto, sin unas conclusiones del autor.

Tanto Alemania como Japón llevaban años preparándose para la guerra, mientras las democracias occidentales se movían a remolque de los acontecimientos. Las fuerzas del Eje mantenían unida a su población con base a ideologías nacionalistas, propaganda y actuación policial, y los primeros éxitos militares de Alemania y Japón, la cantidad de prisioneros y territorios ocupados, engañaron a los agresores acerca de la capacidad de reacción de sus oponentes, subestimaron los liderzagos de Churchill y del presidente Roosevelt, así como la capacidad industrial y logística de los Estados Unidos.

Mientras tanto, en Gran Bretaña se alzaba una voz contra la guerra, la de la escritora Vera Brittain; esta mujer tenía fresco el recuerdo de la Primera Guerra Mundial -la guerra que iba a acabar con todas las guerras- y ello la llevó a escribir: "Si en aquel momento las palabras grandes y altisonantes sobre la lucha contra la barbarie fueron pura patraña, también deben serlo ahora (...); si en aquel momento una victoria sobre Alemania y sus aliados no tuvo ningún sentido y proporcionó pretextos para una nueva guerra, ahora una nueva victoria sería igualmente inútil" (pág.287), y concluía: "Yo no creo que, a la larga, la victoria de Hitler fuera a ser peor para la humanidad (...) que las repetidas guerras" (pág.499). Evidentemente desconocía lo que estaba ocurriendo en el continente, carecía del concepto de una guerra defensiva y era incapaz de ponerse en el lugar de las ocupadas Bélgica, Países Bajos, Francia, Polonia o Checoslovaquia. Hitler no deseaba la paz.

Los tiempos habían cambiado desde la Primera Guerra Mundial, pero para mal. Cuando el capitán Ernst Jünger, heroe alemán de la Primera Guerra, visitó las tropas desplegadas en el Cáucaso quedó impresionado: "Hay tantas cosas nuevas y difíciles de entender en esta guerra en comparación con la anterior (...), la violencia se ejerce contra personas indefensas (...), aquí está teniendo lugar algo inaudito en su crueldad, terrible en su propósito, colosal en su escala" (pág.503). Su conclusión es que todo obedecía al espíritu de la época: "Un presente secuestrado por tecnólogos y corrompido por ideólogos" (pág. 504), algo que él aborrecía. Por su parte, la periodista Úrsula von Kardorff, en Berlín, sabe que los judíos están siendo transportados al Este para ser asesinados en masa, pero que la mayoría de sus paisanos "se muestra indiferente o bien está conforme con la eliminación de todas las personas judías" (pág.368).

El país menos preparado para la guerra era Italia. El comandante de paracaidistas Caccia Caccia Dominioni, un aristócrata que tiene como punto de honor luchar en el norte de África, escribe: "Muchos soldados italianos son reacios a luchar (...). Los fascistas predican sobre la Madre Patria, pero ellos viven bien mientras las tropas pasan hambre, y envían a miles de hombres jóvenes mal armados, mal equipados y mal nutridos directamente al matadero" (266). Mientras tanto los bombarderos británicos castigaban las ciudades industriales del norte de Italia, las cuales "comparadas con Alemania son objetivos fáciles, no indefensos pero casi. Descuidan el oscurecimiento en tierra, carecen de radares, pocos aviones nocturnos, pocos focos y una defensa antiaerea más bien pobre" (pág.310).

Como fácilmente ocurre en todas las guerras los soldados se quejan del hambre y de estar mal dirigidos por sus generales. El sargento australiano Bede Thongs, perdido en las selvas de Nueva Guinéa en persecución de los japoneses, reprocha que el general norteamericano MacArthur finja dirigir personalmente la batalla cuando en realidad se encuentra a muchas millas de distancia, y las órdenes que le parecen demenciales se niega a cumplirlas (pág.233). Por su parte, Hitler se niega a permitir que se retire el 6º Ejército que asediaba Stalingrado, lo que le llevó a perder allí un millón de hombres. El tártaro Mansur Abdulin, del Ejército Rojo, se pregunta por qué los alemanes no intentan salir del cerco por la fuerza, la respuesta está en que ellos sí cumplen las órdenes (pág.440).

Son solo unas cuantas voces de las más de cuarenta que integran este libro. En general, queda muy clara la dureza e iniquidad de la guerra que, como dijo en su día el papa Juan Pablo II "se sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan".