Madurez suena a algo completado, algo que ha llegado a un término adecuado. Si preguntamos a la RAE nos dirá que es el período de la vida en el que se ha alcanzado la plenitud. Pero cuando pensamos en el amor, cuando recapacitamos sobre el matrimonio, parece evidente que hay que seguir madurando siempre, o sea, perfeccionándolo constantemente. En el momento en que uno cree que ya ha llegado a la perfección se detiene, no empeña su vida en detalles nuevos, en sorprender, en mejorar.