Blog de acabrero

Contra la pandemia, un buen libro

Hay pocas cosas en la vida que llenen tanto el espíritu, y más en estos días de reclusión, como leer un buen libro. Esto no hace falta que se lo diga a los grandes lectores. Leen mucho porque es una actividad placentera y enriquecedora como pocas. Y cuando digo esto a los teleadictos me miran como si les estuviera contando un cuento pasado de moda. Pobre gente, están atrapados por la adicción a las pantallas y no son capaces de salir de la trampa. No llegarán a descubrir el tesoro tan cercano, la maravilla de tener un libro.

Vulnerabilidad, desasosiego, miedo

Puede pensarse que el coronavirus ha llevado a cada cual a guarecerse en su casa y, por lo tanto, ha provocado dispersión, desunión, pero en realidad no es así. La verdad es que, por una vez, estamos todos pensando en lo mismo. Vas por la calle y ves a aquella señora con rostro de cierta angustia y se te ocurre: está en lo mismo que yo, pensando en la pandemia. Temiendo por los suyos, buscando soluciones, acudiendo, quizá, a Dios para que nos libre del contagio.

Ludopatía

Al regresar de una buena excursión por la montaña entramos en un bar del pueblecito donde habíamos dejado el coche, para un refrigerio merecido, después del esfuerzo. Nunca había entrado en ese lugar y me sorprendió una imagen que me resultó antigua, porque probablemente no la veía desde hacía muchos años: había en el bar, espacioso, cinco o seis mesas cuadradas de tamaño adecuado para jugar a las cartas. Y allí estaban los paisanos del lugar -podríamos pensar que todos- muy serios y concentrados en sus cartas, de manera que, aunque se oía la música del televisor y algunas personas hablaban, lo que predominaba era ese ambiente de silencio, sorprendente cuando hay tantas personas allí concentradas.

La alegría de cada hijo

No hay ninguna madre, no hay ningún padre, que se arrepienta de haber tenido un hijo. No se arrepienten ni del primero ni del segundo ni del tercero. Y hay quien dice que el último, el sexto o el que sea, es el que más alegría les ha dado. Me da pena cuando encuentro a matrimonios que no han podido tener hijos o que solo han podido tener uno o dos. Me encuentro con frecuencia con algunos matrimonios buscando por todos los medios, de especialista en especialista, la posibilidad de tener un hijo. Pero también es verdad lo que me decía un amigo: que sea lo que Dios quiera.

El amor de los jubilados

Recomiendo la lectura de una novela escrita por Bernard MacLaverty, irlandés de Belfast. El libro, publicado en España por Libros del Asteroide el año pasado, está editado originalmente en el 2017, y con esto quiero hacer hincapié en que es una historia de nuestros días. Quizá con decir que en un momento dado se menciona al papa Francisco, queda todo dicho. Y eso, la actualidad del relato, tiene especial interés cuando se trata de una historia de dos recién jubilados, vamos, “dos jóvenes”, con más de cuarenta años de casados y un nieto.

¿Quién vigila entre el centeno?

En una tertulia para alumnos universitarios hemos vuelto a leer una novela mítica, que leyeron en su día adolescentes, universitarios y mayores: “El guardián entre el centeno”. Una de esas novelas con éxito universal que muestra en gran medida el individualismo americano y que nos habla de un joven estrafalario, una historia con varios sucesos ocurridos en un solo día. Holden es expulsado del colegio donde vive y aunque le quedan dos días para el final de su estancia, él decide irse, aunque sin saber muy bien adónde.

El hombre sin prisa

Había leímos el espléndido libro de Jesús Montiel, “Sucederá la flor” y parecía obligado leer el siguiente. En la misma editorial y con un grosor parecido, hacía pensar en una segunda parte. No lo es, pero casi. El poeta nos habla de un poeta. El poeta padre de seis hijos, profesor de colegio y escritor premiado, nos habla del poeta frustrado, Robert Walser. Una biografía sorprendente, porque el fallido poeta suizo atraviesa su vida en el desconcierto.

La enseñanza de la Religión

Admiro profundamente a los profesores de Religión. Conozco a muchos y veo, me doy cuenta perfectamente, el gran bien que hacen entre la juventud, desde la Educación Infantil hasta el Bachillerato. Se me cae la baba con las cosas que me cuentan -algunos han sido mis alumnos en la carrera-, sus luchas, sus alegrías. Viendo lo que van consiguiendo con tantos chicos y chicas, de diversas edades, me reafirmo siempre en que no hay profesión más importante. Les enseñan a sus alumnos la fe verdadera, les ayudan a conocer a Jesucristo, les acercan a los sacramentos. ¿Hay algo más importante en la vida de las personas?

La tiranía de los periodistas

“-¡Malditos periodistas!  - Si, desde luego. A todos nos gustaría retorcerles el pescuezo, pero hay que ponerse en su lugar. Lo hacen por ganarse los garbanzos. Tienen que informar a su periódico de todo. Si no mandan artículos sensacionalistas, lo más probable es que el director les ponga en la calle. Si el director no consigue que su periódico se venda bien, la empresa le echa, porque si no se vende bien, pierde dinero la empresa…” (p. 372).

La eutanasia y el valor de la vida

La polémica está planteada. Hay posiciones encontradas, pero también hay opiniones dubitativas. No es una cuestión que pueda resolverse en una discusión entre amigos -no digamos ya entre enemigos- porque hay argumentos de peso entre los que admitirían la eutanasia y los que no la admitirían nunca. De entrada, una persona dispuesta a votar a favor de una ley permisiva no necesariamente piensa en que él, en algún momento de la vida, recurriría a esa posibilidad, pero siempre hay una componente importante de compasión.

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