Lo más grande que puede hacer el hombre es dar gloria a Dios. El pecado más grave y generalizado en nuestra sociedad es la impiedad. Hay muchos que no viven su fe, y los que la viven lo hacen de modo tibio, y se olvidan de lo importante. Les ocurre como ya pasó con los israelitas, que oyeron las reprimendas de Yahvé a través de los profetas, porque adoraban a los ídolos. “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Ex 20, 2). Quizá ahora habría que insistir más en lo esencial.