Cada estación tiene su encanto, van marcando el ritmo anual de nuestras vidas. A veces pienso que me costaría vivir en zonas donde esa variedad estacional apenas existe. Es fácil asociar el invierno a catarros, gripes, frío, pero para mí es sobre todo la emoción de la nieve, del fuego crepitante en el hogar, del sosiego en la intimidad de una velada, de la lectura reposada porque oscurece pronto, de la quietud de los campos, del calor de mantas y edredones que abrigan el sueño; es la belleza del Oratorio de Navidad de Juan Sebastián Bach, que escucho todos los años en torno a esas fiestas. Se trata de un compás de espera –la procesión va por dentro podríamos decir–, hasta que estalle la perturbadora vitalidad primaveral.