Entre los textos más conmovedores y, a la vez, más enigmáticos recogidos en el Nuevo Testamento, se encuentra una sencilla oración dirigida por Jesucristo a Dios Padre: “Yo te alabo Padre, Señor de cielos y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se lo has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25). Se trata sin duda de una manera directa de enseñarnos a hacer oración, de dirigirnos al creador con confianza verdaderamente filial.