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Construir con dolor

En estos días de la alegría de la pascua de resurrección, cuando tantas personas en el mundo entero se felicitan alegres “las pascuas” y se dan parabienes, en un buen momento para que recomencemos el camino con alegría.

La alegría de la Pascua

Es una tradición creciente entre los católicos del mundo entero felicitarse las pascuas de resurrección, e incluso en algunos pueblos y culturas se envían en estas fechas, recordatorios y regalos, todo ello por la profunda e inmensa alegría de la Resurrección del Señor. Ya lo afirmaba san Pablo, “si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14), a lo que podríamos añadir también que al igual que moriremos con Cristo, también resucitaremos con Él. Una verdad consoladora. Lógicamente, en estos días tan señalados de la Pascua, es lógico que nuestra mirada se dirija al tratado de la Escatología, los novísimos, para refrescar estos misterios centrales de nuestra fe y meditarlos.

República de sabios

El profesor y catedrático de la Universidad Carlos III, Francisco Javier Rubio Muñoz, ha dirigido y coordinado un equipo de investigadores y, con su maestría habitual, ha logrado realizar una obra importante, que marcará un estilo en los trabajos de esta índole y de esta categoría.

Juicio de amor

San Josemaría en un capítulo de Camino, dedicado a los Novísimos, bajo el bellísimo título de “Postrimerías”, traía a colación un recuerdo tomado de una carta del obispo de Ávila, Santos Moro, en la que le decía “«Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -en el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús». -Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo” (Camino, 168).

La muerte

En estos días del coronavirus con tantas publicaciones de fotografías en la prensa de ataúdes; con tantas colas en la morgue, con elogios a los capellanes de los cementerios, se hace casi banal, hablar de la muerte y hacerlo con el debido respeto y dolor, pues la muerte nos habla de la vida terrena que ha concluido y del inicio de la vida eterna: “se muere como se ha vivido”.

Iglesia y democracia

El papa Benedicto XVI, en los primeros e intensos días del comienzo de su extraordinario pontificado (2005-2013), en los que devolvió la paz a los corazones inquietos y confirmaba, con sus palabras y seguridad, a los obispos, sacerdotes, religiosos y pueblo fiel, en la fe de siempre y, de ese modo, al devolverles la esperanza, subrayaba muchas veces dónde estaba el verdadero enemigo: la dictadura del relativismo.

En las manos de Dios

Precisamente, en estos días de la pandemia, mientras andamos haciendo cosas, entretenidos con mil asuntos y dedicando tiempo a la oración, a la lectura, a estar con los nuestros, a hablar con los amigo y familiares, a estudiar atentamente las curvas de la epidemia para vislumbrar la llegada de la libertad, conviene volver una y otra vez a la conciencia clara “de estar en las manos de Dios”.

Dar gloria a Dios

Verdaderamente son días de una gran alegría interior, pues llegamos a la alegría de la Pascua y de la pronta vuelta a la normalidad para llevar a quienes nos rodean la alegría de Cristo resucitado y de cómo hemos sido llamados a vivir por Él, con Él y en Él. Son días para recordar cómo Cristo ha vencido a la muerte y al pecado y nos ha abierto las puertas del cielo. Efectivamente, decía san Josemaría en un punto inolvidable de su obra de meditación, Camino: “Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible” (Camino, n. 783).

El más allá

Indudablemente, estamos viviendo unas semanas muy especiales, con Semana Santa incluida, en la que los cristianos del mundo entero estamos procurando rezar muy unidos al Santo Padre Francisco, identificados con Cristo en su Pasión y su muerte por todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.

La belleza literaria

La belleza como camino certero para llegar a Jesucristo ha sido repetidamente recomendado en estos últimos años por Benedicto XVI y por el papa Francisco en sus encíclicas y homilías.

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