El individualismo reinante en nuestra sociedad desemboca en una percepción irreflexiva del tiempo como algo mío. Vivo en sociedad, casi seguro que en familia, pero no percibo el tiempo ajeno, ni se me ocurre pensar en que hay tiempos comunes. Las personas que viven así no tienen ningún cargo de conciencia. Son máquinas, y las máquinas tienen que funcionar a la perfección, pero ninguna máquina piensa en otras máquinas, porque no tienen cerebro.