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Juicio de amor

San Josemaría en un capítulo de Camino, dedicado a los Novísimos, bajo el bellísimo título de “Postrimerías”, traía a colación un recuerdo tomado de una carta del obispo de Ávila, Santos Moro, en la que le decía “«Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez -en el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús». -Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo” (Camino, 168).

La muerte

En estos días del coronavirus con tantas publicaciones de fotografías en la prensa de ataúdes; con tantas colas en la morgue, con elogios a los capellanes de los cementerios, se hace casi banal, hablar de la muerte y hacerlo con el debido respeto y dolor, pues la muerte nos habla de la vida terrena que ha concluido y del inicio de la vida eterna: “se muere como se ha vivido”.

Iglesia y democracia

El papa Benedicto XVI, en los primeros e intensos días del comienzo de su extraordinario pontificado (2005-2013), en los que devolvió la paz a los corazones inquietos y confirmaba, con sus palabras y seguridad, a los obispos, sacerdotes, religiosos y pueblo fiel, en la fe de siempre y, de ese modo, al devolverles la esperanza, subrayaba muchas veces dónde estaba el verdadero enemigo: la dictadura del relativismo.

En las manos de Dios

Precisamente, en estos días de la pandemia, mientras andamos haciendo cosas, entretenidos con mil asuntos y dedicando tiempo a la oración, a la lectura, a estar con los nuestros, a hablar con los amigo y familiares, a estudiar atentamente las curvas de la epidemia para vislumbrar la llegada de la libertad, conviene volver una y otra vez a la conciencia clara “de estar en las manos de Dios”.

Dar gloria a Dios

Verdaderamente son días de una gran alegría interior, pues llegamos a la alegría de la Pascua y de la pronta vuelta a la normalidad para llevar a quienes nos rodean la alegría de Cristo resucitado y de cómo hemos sido llamados a vivir por Él, con Él y en Él. Son días para recordar cómo Cristo ha vencido a la muerte y al pecado y nos ha abierto las puertas del cielo. Efectivamente, decía san Josemaría en un punto inolvidable de su obra de meditación, Camino: “Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible” (Camino, n. 783).

El más allá

Indudablemente, estamos viviendo unas semanas muy especiales, con Semana Santa incluida, en la que los cristianos del mundo entero estamos procurando rezar muy unidos al Santo Padre Francisco, identificados con Cristo en su Pasión y su muerte por todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos.

La belleza literaria

La belleza como camino certero para llegar a Jesucristo ha sido repetidamente recomendado en estos últimos años por Benedicto XVI y por el papa Francisco en sus encíclicas y homilías.

La primera Semana Santa

Es importante volver la mirada a Cristo y más en esta Semana Santa, para descubrir, entre otras muchas cosas, que el camino directo para encontrar a Dios es conocer a Cristo y, por tanto, lo mucho que Él ha lecho por todos y cada uno de nosotros los hombres de todos los tiempos.

Guía docente

Aprovechando la reclusión por motivos sobradamente conocidos de todos, he podido dedicar un tiempo extenso a elaborar una guía docente sobre la asignatura de historia de la Iglesia moderna y contemporánea. A lo largo del trabajo han brotado algunas ideas que me parece conveniente compartir.

La fe como encuentro

En una de las homilías de san Josemaría Escrivá de Balaguer, recogidas en el volumen póstumo “Amigos de Dios”, el Fundador del Opus Dei hablaba del extraordinario grado del amor de Dios a los hombres y, para caracterizarlo, utilizaba una de sus más audaces expresiones: “Esta corriente trinitaria de amor por los hombres se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía” (Es Cristo que pasa, n.85).

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