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Las bendiciones

A lo largo de los años he tenido, en ocasiones muy diversas, la experiencia de personas que me han pedido una bendición. A veces piden que les bendiga algo, una medalla de la Virgen que se han comprado recientemente, o cosas menos cercanas al culto, como puede ser un coche. Indudablemente las bendiciones las encontramos ante todo en la liturgia. El sacerdote bendice a los fieles al final de la misa y hay ritos litúrgicos que ya de por sí se llaman así: Bendición con el Santísimo, como un rito compuesto por oraciones y la bendición propiamente dicha.

La liturgia del cielo

En dos o tres ocasiones me he encontrado, por casualidad, con unas reuniones litúrgicas de jóvenes consistentes, básicamente, en hacer mucho ruido. Se puede decir que yo “pasaba por allí”. Es decir, no sé muy bien ni quién organizaba aquel tumulto ni qué tipo de gente celebraba, pero sin duda gente joven. Una señora que estaba también, como yo, sorprendida por el espectáculo, me hizo un comentario mezcla de alegría por ver a tantos jóvenes dentro de una iglesia con la extrañeza por el ruido producido.

La ilicitud de las guerras

En toda la historia de los hombres se ha sufrido la calamidad de las guerras, pero cuando se hace un estudio de las diversas situaciones es posible darse cuenta de que el problema con frecuencia es el egoísmo, el afán de poder, el empeño por dominar o, con mucha frecuencia, de enriquecerse. Quizá extrañe menos que hubiera guerras en la antigüedad, cuando la influencia de las religiones era menor o muy pobre.

Con cinco panes de cebada

Con esa exigua cantidad de panes Jesús dio de comer a una multitud. Sin duda Lucía Baquedano estaba pensando en eso cuando puso el título a su primera novela. La eficacia que puede llegar a tener un comienzo mínimo. En su novela, “Cinco panes de cebada” se manifiesta el contraste notorio entre las perspectivas iniciales de Muriel, la protagonista, al llegar, recién licenciada, como maestra a un pequeño pueblo perdido, y los resultados conseguidos cuando lleva unos cuantos meses. Un auténtico milagro.

La esencia de ser madre

“Vinieron como golondrinas”, seguramente el libro más conocido de William Maxwell, en torno a la mal llamada “gripe española”, es ya todo un clásico, por su calidad literaria y su profundidad en ciertos temas de gran interés. Tiene tres partes, en la primera nos cuenta las vicisitudes del hijo pequeño, Bunny, de siete años; en la segunda aparece Robert, el hijo mayor, adolescente de trece años. Y en la tercera el personaje es el padre. Pero, en verdad, la protagonista de toda la historia es la madre.

¿Qué es una familia?

Es algo que se preguntaba Fabrice en un libro de hace ya unos cuantos años en el que detectaba unos modos de actuar en muchas familias, padres, madres, que manifestabanHadjadj  planteamientos de fondo equívocos, errores que terminan siendo dañinos para el propio matrimonio y, desde luego, para los hijos. Este autor, procedente de familia judía pero católico, con familia numerosa, observa en nuestra sociedad unos modos de hacer, en el ambiente familiar, que lleva a errores y mal entendidos.

Libertad verdadera

Sohrab Ahmari nació en Teherán, Irán, en 1985. Tras un largo recorrido vital transcurriendo por las circunstancias políticas y personales más variopintas, pasa de musulmán chiita a sentirse profundamente ateo y termina descubriendo el cristianismo y se hace católico. Escribe en 2021 un libro en el que relata todo su itinerario vital, dando pie a una crítica de lo pasado, pero también de la civilización occidental, que  ha abandonado en gran medida su alma cristiana.

El derecho a abortar

Se ha hecho pública la decisión de la Suprema Corte de México: “El Aborto es un Derecho Humano Internacional”. Cómo podemos calificar semejante barbaridad tiene su dificultad. ¿Cómo es posible que, en un país eminentemente católico, los representantes más altos del derecho puedan proclamar, así por la buenas, que abortar es un derecho. Y además no se cortan a la hora de extender a todos semejante barbaridad: un derecho internacional.

Yo soy feliz

En una reunión de formación de matrimonios, según me han contado, el ponente le preguntó a una de las participantes: “¿Tu marido te hace feliz?”, a lo que ella contestó con mucha decisión: “No”, con gran sorpresa del marido allí presente y suponemos que también del resto de los participantes. Pero explicó que ella era feliz, que era feliz antes de casarse y lo sería siempre. O algo por el estilo. No tengo más datos de si dijo que era feliz por su vida cristiana o porque vivía muy bien o por otras cosas.

Los hijos que Dios quiera

Parece una fórmula definitiva y sin discusión, pero la verdad es que hay que dar muchas vueltas a ese concepto, aparentemente ideal, recurrente en ciertos ambientes y rechazado en general. Hoy en día no se plantea casi nadie qué es lo que Dios quiere. Asegurar que “tendremos los hijos que Dios quiera” es algo poco apropiado para la mayoría de los matrimonios. Incluso pensando, a veces, entre matrimonios cristianos. La cuestión es: los padres son responsables de la educación de los hijos y, por lo tanto, tienen que “calcular” lo que es posible, para el bien de ellos.

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